En las últimas semanas, he estado explorando una nueva técnica de productividad.
Nueva para mí, por lo menos.
Cuando te la cuente, vas a pensar que estoy bromeando de lo simple y obvia que es.
Pero aquí va: primero explica el problema, antes de intentar resolverlo.
Así de simple.
Gracias a mis ejercicios de Morning Pages, me he dado cuenta de que las cosas son más simples cuando te tomas el tiempo de explicarlas.
Que por lo menos el 50 % del peso de un proyecto, viene de la ambigüedad de las cosas que no están definidas.
Charles Kettering lo dijo bien: “Un problema bien explicado, es un problema resuelto a la mitad.”
De manera práctica: ¿cómo se ha visto esto en mi día a día? Simple: anotar en mi lista de cosas por hacer hasta la acción más pequeña, por más insignificante, que me ayudará a “agarrar vuelo” para resolver el problema.
En mis proyectos de OmniFocus, encontrarás tareas como “crear un nuevo documento”, “leer el mensaje de Slack”, “encontrar un espacio en el calendario”.
Estas tareas sirven para bajar la barrera de entrada para comenzar el proyecto. He encontrado que muchas veces, lo que quiero hacer únicamente se siente más complicado, pero no lo es. Y no es hasta que destilo el proyecto en tareas atómicas —tan simples como “abre una nueva pestaña de Chrome”— que genero el momentum necesario para terminar el proyecto.
Así que el consejo de hoy es: primero explícalo, luego resuélvelo.
Genera ese momentum.