• “El pasto siempre es más verde del otro lado.”

    A veces me pongo a pensar en escenarios imaginarios. Como por ejemplo, que mi día laboral no sucediera en incrementos de 15 minutos, o que tuviera que tomar más de 7 llamadas al día de manera regular.

    (Curiosamente, los días que más fantaseo con eso, son aquellos días en los que no me siento particularmente conectado con mi trabajo.)

    Pero luego recuerdo cuando era desarrollador de software y tenía esos espacios prolongados de concentración sin interrupciones. Sobre todo, recuerdo cómo hubo un momento en el que fantaseaba con que mis días fueran más dinámicos, menos repetitivos.

    Así que ahora, cuando me pongo a fantasear sobre cómo podría ser mejor mi situación, recuerdo que estoy justamente donde un día quise estar.

    Dice el dicho que “el pasto siempre es más verde del otro lado.”

    Y sí, probablemente. Pero porque está fertilizado con mierda.

  • Velocidad, Distancia, Dirección

    Durante casi toda mi vida, intentando crear una carrera, me enfoqué únicamente en una cosa: qué tan rápido podía llegar a mis metas.

    Me clavaba en ver que otras personas llegaban antes que yo a mis metas. Eso dolía — y más cuando, según yo, ellos no habían trabajado tan duro como yo. Que no se lo merecían tanto como yo.

    Después de muchos intentos de llegar más rápido, cuando me di cuenta de que no era una manera sostenible de vivir, decidí cambiar mi enfoque. Ahora quería llegar más lejos.

    Funcionó por un tiempo, hasta que me comencé a frustrar de nuevo al ver que personas a mi alrededor lograban cosas que yo no había podido. Que llegaban a lugares a los que yo no podría llegar, porque mis circunstancias simplemente no me lo permitirían.

    Mucha frustración, berrinches y hasta llantos después, entendí que ni la velocidad ni distancia recorrida importaban si no tenía bien claro a dónde quería ir, en primer lugar — y por qué.

    Entendí que la velocidad y la distancia son cosas que puedo medir, y que por eso es fácil usarlas como medida de mi valor. Porque me puedo comparar, y a mi ego le encanta cuando le hago creer que soy mejor que alguien más. Pero también le duele mucho cuando sucede lo contrario.

    También entendí que ningunas de esas dos opciones son benéficas para mí a largo plazo.

    Así que hoy, en vez de preocuparme por qué tan rápido y qué tan lejos llego, me enfoco en tener clara la dirección en la que voy.

    Porque de nada sirve ir rápido o llegar lejos, si el lugar en el que termino es uno en el que no quiero estar.

  • Te puedes ir cuando quieras

    Seguramente piensas que renunciar es por falta de carácter. Que significa que no pudiste, o que no fuiste suficiente. Que tú estás mal.

    Es un golpe a tu ego.

    Y duele.

    Pero, ¿qué tan cierto es eso?

    Porque todos hemos dejado algo en algún momento. Empleos, relaciones, amistades, ciudades. ¿Significa que todos estamos mal?

    ¿O significa que por X o Y razón hemos descubierto hasta donde podemos llegar en cada una de esas instancias?

    Yo creo que siempre hay una lección por aprender de las decisiones que tomamos. A veces, esa lección significa irse — dejar.

    Y aunque no lo parezca, también hay una lección que aprender ahí.

    Porque cuando decides irte, lo estás haciendo por algo. ¿Qué puedes aprender de ello?

    Yo a veces me he ido por berrinche, porque no supe entender el feedback que se me daba; porque dejé de confiar. Otras veces me he ido porque simplemente ya no quería estar.

    Todas son razones válidas, porque aprendí algo de mí en cada una de esas instancias.

    La próxima vez que decida irme, me sentiré confiado de que estaré tomando una decisión informada. Porque de todo me estoy llevando una lección.

    ¿Y tú?

  • La regla 80/20

    Vilfredo Pareto, polímata italiano, notó que aproximadamente el 80 % de las tierras de Italia pertenecían al 20 % de la población.

    En 1941, Joseph M. Juran, se encontró estas ideas, y las desarrolló en el contexto de economía y control de calidad.

    Y así nació lo que hoy conocemos como el Principio de Pareto, o la regla del 80/20, que nos dice que el 80 % de las consecuencias se originan por el 20 % de las causas.

    Qué idea tan interesante, ¿no? Que algo tan grande pueda tener origen en algo tan pequeño.

    He descubierto que este principio también aplica para mi bienestar, salud mental, y estabilidad emocional.

    Si reflexiono, el 80 % de los efectos positivos que he visto en mi vida durante los últimos años, han venido del 20 % de las decisiones que he tomado. Dejar de fumar y de tomar alcohol, mudarme de Colima, comenzar a escribir todas las mañanas.

    Curiosamente, el 80 % de mis frustraciones o disgustos también han venido del 20 % de mis decisiones — mayormente, decisiones de si permito que algo me afecte o no.

    “No controlamos los resultados, únicamente controlamos nuestra actitud hacia ellos”, decían los estoicos.

    Y es algo que he aprendido: las circunstancias únicamente me pueden afectar si lo permito.

    Hay que mantener las cosas en perspectiva.

    Porque, ¿qué es lo peor que puede pasar?

    Premeditatio malorum.

  • El espiral destructivo de ponerte objetivos

    Crecí con la idea de que no tener objetivos en la vida era una muestra de mediocridad.

    Y que si tenía un objetivo, debería de trabajar por ello como si fuera lo único que importaba.

    Conforme he ido creciendo y he aprendido más de la vida, me doy cuenta del daño que esas ideas me hicieron.

    Porque me llevaron a sentirme mediocre por “no tener objetivos” cuando debí de sentirme satisfecho porque estaba perfectamente contento con mi vida en ese momento.

    Y me llevaron a trabajar duro, muchas veces hasta quebrarme, por ese algo que me había propuesto conseguir.

    Solo para darme cuenta de que cuando por fin lo alcanzaba, el ciclo comenzaba de nuevo.

    No me daba chance de disfrutar el logro, porque inmediatamente comenzaba a sentirme mediocre por no tener algo más qué perseguir.

    Es un espiral horrible. Y cansado, y desmoralizante.

    Insostenible.

    Durante los últimos años, me he enfocado en buscar maneras de romper ese espiral.

    Hoy sé de la importancia de tener un balance que me permita disfrutar, apreciar y agradecer mis circunstancias actuales; mientras me pongo objetivos suficientemente inspiradores para que me motiven a trabajar por ellos, pero no tanto como para que desvivirme por ellos sea una opción.

    A veces lo logro, y a veces no.

    Y cuando no, sé que puedo regresar a la práctica. Y poco a poco he logrado aprender a romper ese espiral más fácilmente.

    ¿Quieres explorar más temas relacionados? La próxima semana, en Pathways, vamos a tener como invitado a un Psicoterapeuta de profesión que nos va a venir a platicar sobre balance vida/trabajo y salud mental. Acompáñanos.

  • Siempre hay una lección

    Ayer hablé de que es importante que no te lleves las lecciones incorrectas de las situaciones que vives:

    Por ejemplo, cuando las cosas te salen bien, tus emociones te van a hacer creer que la lección es que eres el mejor en lo que haces, y que nada te puede salir mal.

    Por otro lado, cuando las cosas te salen mal, tus emociones te van a hacer creer que no deberías de volver a intentarlo nunca.

    Ambas son extremos que tienes que evitar: uno te hará tomar riesgos innecesarios, y el otro te dejará paralizado y limitará tu potencial.

    Pero hoy pensé que me hizo falta considerar una opción: cuando decides no llevarte una lección, ni buena ni mala.

    Hace unos meses escribí sobre el proceso de toma de decisiones:

    Hay pocas cosas que no decides, y que más bien tu fisionomía te obliga a hacer: respirar, parpadear, por mencionar algunas. Si bien también puedes decidir no hacerlo, no va a pasar mucho tiempo antes de que tu cuerpo te lo comience a reclamar.

    Todo lo demás, lo haces porque lo estás decidiendo — consciente, o inconscientemente.

    Y no importa si tomas decisiones inconscientemente, también te van a afectar sus consecuencias. Así que, ¿por qué no buscar hacerlo de manera consciente?

    Mi llamado a la acción para ti hoy es que decidas buscar las lecciones que tu entorno está intentando enseñarte.

    Porque hay lecciones en todo, absolutamente todo lo que hacemos. A veces son aparentes inmediatamente, otras nos tardamos meses o años en reconocerlas.

    Pero ahí están.

    Y decidir ignorarlas, hasta por omisión, únicamente te está jugando en contra.

  • La lección incorrecta

    No eres un ser racional.

    Aunque creas que tomas decisiones lógicas, la realidad es que la mayoría de las veces te dejas influenciar por tus emociones.

    Esto es especialmente problemático al momento de extraer aprendizajes de las situaciones que vives.

    Porque los aprendizajes que están más coloreados por emociones que por razón únicamente sirven para alimentar y proteger a tu ego, y para crear una cámara de eco de la cual es muy difícil salir después.

    Por ejemplo, cuando las cosas te salen bien, tus emociones te van a hacer creer que la lección es que eres el mejor en lo que haces, y que nada te puede salir mal.

    Por otro lado, cuando las cosas te salen mal, tus emociones te van a hacer creer que no deberías de volver a intentarlo nunca.

    Ambas son extremos que tienes que evitar: uno te hará tomar riesgos innecesarios, y el otro te dejará paralizado y limitará tu potencial.

    Por eso es imperativo que entiendas que muy probablemente la lección que vas a tender a extraer de lo que te pasó es tu ego queriendo crecerse o protegerse.

    No le des rienda suelta.

  • ¿Dejarlo o continuar?

    Si intentas algo y no te sale, ¿cómo reaccionas? ¿Lo dejas, o lo vuelves a intentar?

    Si decides dejarlo, se podría decir que no lo querías tanto en primer lugar. Si continúas intentado, debe significar que realmente lo quieres.

    En su libro Grit, Angela Duckworth comparte una idea que me impactó:

    “Una cosa es el talento. Y otra muy diferente es lo que decidimos hacer con él.”

    Y tiene un punto: no sirve de nada que tengas todo el talento del mundo si no desarrollas las habilidades necesarias para potenciarlo.

    Desafortunadamente, creo solo sabremos si un esfuerzo valió la pena con el beneficio de la retrospectiva; una vez que decidimos dejarlo, o que llegamos a la meta.

    Pero la clave es esta: lo que me funciona a mí, puede ser la peor opción para ti. Mi nivel de tolerancia a las dificultades es completamente diferente al tuyo.

    Así que en vez de glorificar el sacrificio por lograr metas, y de menospreciar a las personas que deciden dejar de intentarlo, recuerda: probablemente, el costo de la perseverancia no sea adecuado para mí; así como las implicaciones de decidir dejar algo no sean compatibles con tu sistema de principios y valores.

  • Riesgo vs. suerte

    Riesgo es lo que queda después de que crees que pensaste en todo lo que puede salir mal, dice Morgan Housel.

    La suerte es lo opuesto: lo que queda después de que crees haber pensado en lo que puede salir bien.

    Qué curioso, ¿no? Que cuando se habla de prepararse para el futuro, casi siempre pensamos en prepararnos para el riesgo, y no para la suerte.

    Tenemos planes de contención, fondos de emergencia, alternativas.

    Por si sale mal.

    Pero rara vez tenemos planes por si las cosas nos salen bien.

    ¿Y por qué deberíamos, pensamos, si que nos salgan bien las cosas es algo bueno?

    La predicción afectiva, dice Daniel Gilbert, es la tendencia que tenemos a intentar predecir cómo es que nos vamos a sentir cuando algo futuro suceda. Desafortunadamente, los estudios demuestran que somos pésimos en ello (lee más aquí).

    Y eso es lo que hace que no hacer planes por si las cosas te salen bien es extremadamente peligroso. Gill y la pandilla del tanque de Buscando a Nemo lo saben.

    Así como que tus planes no se concreten puede tener un efecto devastador, también lo puede ser que sí llegues a donde quieres.

    Se trata de un balance. ¿Por qué te prepararías solamente para el 50 % de los resultados probables?

    Piénsalo. ¿Qué vas a hacer si te sale bien?

  • Es mejor acompañado

    ¿Crees que es más fácil hacer las cosas solo?

    Sin tener que “rendirle cuentas” a nadie. Sin tener que “justificar” las decisiones que tomas.

    Probablemente, sí. ¿Pero qué estás dejando sobre la mesa por no estar abierto a compartir tus experiencias?

    En el trabajo, en la vida, las cosas difíciles se vuelven más tolerables cuando tienes a alguien de tu lado para apoyarte cuando flaquees, para levantarte cuando te caigas, para no dejarte cometer más errores, y para celebrar cuando ganes.

    Crear una carrera. Adquirir experiencia. Aprender de los errores. Alcanzar metas. No solo son mejores, sino hasta más fáciles, cuando te dejas ayudar. Cuando te abres a la posibilidad de tener a alguien que esté apoyándote.

    ¿Qué tienes que ofrecer a cambio?

    Paciencia y una mente abierta.

    Para aceptar que no lo sabes todo. Que tu forma de ver las cosas está influenciada por tu pasado y experiencias. Y que tal vez, solo tal vez, tu versión de los hechos no es una verdad universal.

    Date chance. Es mejor acompañado.

  • El sistema inmunitario de una empresa

    Las empresas son como organismos vivos, y su cultura es como su sistema inmunitario.

    Como cualquier organismo, las empresas cambian y se adaptan; se enferman, y si el paciente quiere, se pueden tratar.

    Con cualquier organismo vienen bacterias. Hay bacterias que aportan, y bacterias que dañan.

    Un organismo sano tiene la capacidad de promover la proliferación de las bacterias buenas, y de limitar la de las malas.

    Tu rol

    Ahora, en esta analogía, tú eres una de esas bacterias: un agente que está buscando cambiar algo en el organismo que habita. En tu caso, afortunadamente, es para bien.

    Viene la pregunta: ¿el organismo que habitas es sano?

    Si sí, vas a tener los mecanismos para que los beneficios que tienes que aportar no solamente tengan un efecto, sino que sean replicados, reconocidos y promovidos.

    Pero si no, como cualquier organismo enfermo, por mejores intenciones que tú, la bacteria, tengas, no vas a poder lograr tu propósito.

    Un organismo enfermo, con las defensas bajas, invita a que más bacterias malas entren, y es más difícil que las buenas hagan su trabajo.

    Las bacterias necesitan de un ambiente ideal para sobrevivir

    No importan las intenciones de la bacteria. Si no está en un ambiente que promueva su crecimiento, el organismo no se va a ver afectado.

    Cómo aplica esto a las empresas

    “La cultura de la empresa se da de arriba hacia abajo” es una idea interesante.

    Porque mientras es sencillo asumir que la persona “de hasta arriba” tiene una responsabilidad de liderar con el ejemplo, en la práctica es diferente.

    Pregúntate: ¿qué influye más en la cultura de la empresa: lo que hace el líder, o lo que no hace?

    Otra forma de verlo: la cultura de la empresa está definida no nada más por los comportamientos que los líderes promueven: también por los que toleran.

    Porque una cosa es lo que dice el reglamento o el ideal que se promueve, pero otra completamente diferente es la realidad de lo que sucede, y si se hacen valer los acuerdos, reglamentos o expectativas.

    Cómo influenciar la cultura de tu empresa

    Volviendo a la analogía del inicio, me haría las siguientes preguntas:

    Primero: ¿Estás en un organismo sano o enfermo? Es decir, ¿existen las condiciones apropiadas para que puedas influenciar algo? ¿Se respetan los acuerdos y compromisos, o lo que se dice y lo que se hace son cosas diferentes?

    Y luego: ¿Por qué te interesa hacer eso? ¿Cuál es el objetivo final? Porque no saber qué es lo que realmente estás buscando, es una receta para terminar frustrado y enojado.

    ¿Qué quieres? ¿Ejercitar tu capacidad de influenciar organizaciones? ¿Mejorar tu calidad de vida en el trabajo? ¿La de tus compañeros? ¿El reconocimiento de tus superiores? ¿Tener más visibilidad e influencia en la organización? ¿Moldear la organización a tu forma de trabajar?

    La respuesta a cada una de esas preguntas abre un mundo de posibilidades, y cada una merece su propio desarrollo.

  • La guerra es contigo mismo

    Hacer trabajo creativo es difícil. Y cualquier persona que aspire a compartir algo con el mundo lo sabe.

    Para los creativos, no hay nada más aterrador que una hoja en blanco, un micrófono esperando sonido, o una cámara apuntada a uno mismo.

    De cualquier escritor, autor, podcaster, YouTuber, etc; todo lo que ves, lo que puedes consumir, son batallas que ganó.

    Batallas que ganó contra sus propios bloqueos, sus sesgos, su voz interior que le dice “a nadie le importa esto tanto como a ti. ¿Para qué lo quieres publicar?”.

    Otro de los dichos de mi abuela es que “no hay que ir a la guerra sin fusil”. Pero, ¿cómo te preparas para una guerra contra ti mismo?

    En el video de esta semana te comparto la respuesta:

  • Llegaste a tu meta: ¿y ahora qué?

    Una de mis películas favoritas es Buscando a Nemo.

    No solamente por su animación o su historia.

    Sino porque tiene un arco de historia paralelo que una vez que lo analizas como adulto, te das cuenta del mensaje tan importante que tiene.

    Gill, el líder de la pecera, lleva años intentando escapar. Tanto ha forzado su cuerpo, que tiene las cicatrices para mostrarlo. Ha intentado de todo. Pero no ha tenido éxito.

    Hasta que llega Nemo. Y se conmueve tanto con su situación, que sus ganas de ayudarlo lo llevan a por fin diseñar el plan maestro. El plan que los liberaría de su confinamiento.

    Nemo logra escapar por la tubería después de hacerse el muerto. Mientras tanto, Gill y los otros peces, en bolsas de plástico, logran salir del consultorio del dentista por la ventana y caen al mar. Por fin son libres.

    La película termina en un momento agridulce, cuando Globo se da cuenta de que sí, están en el mar, pero encerrados en bolsas más pequeñas que el tanque. ¿Y ahora qué? se pregunta.


    La historia del Tank Gang es fuerte. Sobre todo cuando te das cuenta de que muchos nos comportamos como Gill: constantemente intentando escapar de nuestra realidad, para perseguir la idea de una mejor situación.

    Nunca estando satisfechos con lo que tenemos. Nunca agradeciendo las comodidades a las que tenemos acceso.

    Hasta que algo sucede que nos hace diseñar el “plan perfecto” para poder por fin escapar.

    Todo para ejecutarlo y darnos cuenta de que no teníamos un plan para cuando lográramos nuestro objetivo.

    ¿Y ahora qué?


    No es raro ir por la vida persiguiendo esa promesa de libertad que Gill tanto anhelaba, creyendo que lo iba a hacer feliz.

    Libertad financiera, de tiempo, de compromisos, de responsabilidades.

    Y trabajamos duro —a veces en exceso— por conseguirla.

    Intentamos e intentamos, lastimando nuestros cuerpos y mente en el proceso. Todo por esa supuesta nueva condición que por fin nos hará “felices”.

    “Si ganara más dinero…”

    “Si tuviera un mejor cuerpo…”

    “Si tuviera un mejor puesto…”

    Pero cuando lo consigas, ¿qué sigue?

    La conclusión a la que muchas filosofías (antiguas y modernas) caen es que la libertad —la felicidad— no está en factores externos, sino dentro de nosotros.

    Derek Sivers te advierte que no deberías hacer eso que quieres hacer si crees que te va a hacer feliz.

    Marco Aurelio, hace 2 000 años, dijo que “el impedimento de la acción hace que la acción avance. Lo que se interpone en tu camino, se vuelve tu camino.”

    Daniel Gilbert, psicólogo de Harvard, encontró a través de sus estudios que el mayor predictor del nivel de felicidad de las personas no son sus logros o sus pertenencias, sino su gratitud.

    Y así podría pasar el resto de la tarde enumerando ejemplos.

    Pero no es necesario, porque el mensaje es claro: no vas a encontrar tu libertad, felicidad o lo que sea que estás buscando allá afuera.

    No sacrifiques todo lo que tienes por algo que crees que te hará feliz, que te dará libertad, para que cuando lo logres darte cuenta de que no era la respuesta.

    Y entonces te preguntarás, ¿y ahora qué?

  • No es poca cosa

    Zeno, el fundador de la escuela estoica, dijo que “el bienestar se logra de a poco, pero no es poca cosa.”

    Recuerda esto.

    Porque en el afán de querer tener una mejor vida, puedes “morder más de lo que puedes masticar”.

    Qué ironía, ¿no? Que por querer hacer más cosas para sentirte mejor, terminas tan atiborrado de responsabilidades, hobbies, y distracciones, que el efecto es completamente lo opuesto de lo que querías.

    De repente, ya no tienes tiempo para ti por todos los compromisos que adquiriste.

    Lo que un día comenzaste como distracción, hoy te quita la energía.

    ¿Y por qué?

    Por esa prisa de querer “sentirte mejor” cuanto antes.

    Pero, ¿vale la pena quemarte por un momento de bienestar?

    ¿Por qué mejor no le das lento, y encuentras bienestar en el proceso?

    Poco a poco, y un día a la vez.

    Dale calma.

  • Si no eres tú, ¿quién?

    Qué cómodo esperar que las cosas se resuelvan solas. Que los problemas desaparezcan por arte de magia.

    Qué fácil sería si, como en la escuela, tuvieras una guía constante que te dijera lo que está bien hacer, y lo que no.

    Que tuvieras una métrica clara a la que deberías llegar. Sacar el 10. No reprobar.

    Y qué diferente es la realidad de tratar de crear una carrera —una vida— una vez que sales al mundo real.

    Porque acá afuera no hay nadie con la responsabilidad de asegurarse de que haces las cosas bien. De que entregas la tarea. De que tengas lo que necesitas para “pasar”.

    No.

    Acá afuera, cada quien es responsable de ver por sus propios intereses. Y de cuidarse de aquellos que activamente están buscando meterte el pie, o hacerte la vida más complicada.

    ¿Cuántas personas no se han quedado esperando a que las cosas sucedan?

    Apuesto a que no quieres ser de esos.

    ¿Entonces qué toca?

    Hacerte responsable.

    ¿Lo quieres? Ve por ello. Porque nadie lo va a hacer por ti.