En algún momento de la historia, los médicos no se lavaban las manos antes y después de atender pacientes. Como podrás imaginarte, esto daba como resultado muchísimos contagios y muertes innecesarias.
En 2021 eso sería considerado negligencia médica. En el siglo 19 era simplemente como se hacían las cosas.
Ignaz Semmelweis descubrió, por ahí de 1847, que la tasa de mortalidad se reduciría 10 veces si los médicos se lavaran las manos después de atender un paciente, y antes de atender a otro. Sugirió que los cirujanos usaran una solución clórica para limpiarse.
Él comenzó a realizar esta práctica, y sus pacientes dejaron de enfermar. Aunque aún no había “una ciencia” que avalara su propuesta (la teoría bacteriana de la enfermedad no se descubriría por otros 20 años), sí había suficiente evidencia empírica para soportar su teoría: lavarse las manos entre pacientes salvaba vidas.
A pesar de esto, miembros del gremio médico decidieron ignorarlo. No solo eso, sino que lo rechazaron y buscaron desacreditarlo públicamente. En ocasiones, las justificaciones de su rechazo eran por ideas que ni siquiera tenían que ver con la medicina.˙ Por ejemplo, algunos genuinamente creían que “las manos de un caballero no podrían transmitir enfermedades”.
A este fenómeno social se le conoce hoy en día como el efecto Semmelweis. Es la reacción involuntaria de rechazar nuevas ideas, datos o evidencia que no concuerde con nuestro sistema de creencias — por más evidencias o pruebas que existan.
Todos en alguna ocasión hemos rechazado una idea al instante, solamente para darnos cuenta, para infortunio de nuestro ego, de que era completamente válida. Ganar conciencia del efecto Semmelweis es importante — especialmente para nosotras, las personas con Cerebro de Programador™, que pensamos que todo en esta vida se trata de lógica y relaciones lineales. Creemos que nuestra vida se basa en evidencia y hechos, cuando la realidad es que muchas de las decisiones que tomamos en el día a día vienen desde nuestro sistema de creencias.
La próxima vez que sientas el impulso de rechazar una idea, pregúntate: ¿la estás rechazando porque no hay suficiente evidencia? ¿O porque esa idea no cabe dentro de tu sistema de creencias?