“Padre, aprenda a confiar en un hombre honesto.”
Eso fue lo que le dijo Pietro Perugino, maestro de Raphael, al sacerdote que lo había estado cuidando mientras pintaba un fresco en un convento en Florencia.
El sacerdote había estado parado junto a Pietro toda la noche, dándole pocas cantidades por vez del carísimo pigmento ultramarino que el artista utilizaba.
“¡Cómo absorbe pintura esa pared!”, decía el sacerdote de vez en cuando. Pietro lo ignoraba y continuaba trabajando, ocasionalmente limpiando su brocha en un bol con agua.
Cuando terminó su trabajo del día, Pietro vació el agua y le entregó al sacerdote el bol con sedimento puro de ultramarino en el fondo.
“Aquí tiene, Padre. Y por favor, aprenda a confiar en un hombre honesto.”
Vamos por la vida cuidándonos de que no nos roben.
Y muchas veces, eso que tanto cuidamos, y que nos causa tanta aflicción, ni siquiera es nuestro.
Así como el sacerdote, que en vez de usar su tiempo de una manera más productiva de acuerdo a sus creencias, decidió perder un día completo intentando evitar que algo que no iba a a suceder sucediera, nosotros perdemos nuestra vida un minuto a la vez preocupados por cosas que no van a pasar.
Michel de Montaigne dijo, “mi vida ha estado llena de cosas terribles que jamás sucedieron.” Y qué relacionable es esa idea.
Porque creemos que todos están buscando cómo hacernos daño. Constantemente a la defensiva.
¿Qué pasaría si aprendiéramos a confiar en la honestidad de las otras personas? ¿Qué tanto de nuestro tiempo — de nuestra vida — podríamos recuperar?
Y sí, seguramente nos vamos a encontrar con alguien deshonesto. Pero no importa.
Confiemos en la honestidad de las personas. Es más fácil vivir así, que estar a la defensiva todo el tiempo.