Aprende a tomar mejores decisiones

Vivir es constantemente tomar decisiones. Vivir una vida satisfactoria es aprender a tomar mejores decisiones — más buenas que malas.

Hay pocas cosas que no decides, y que más bien tu fisionomía te obliga a hacer: respirar, parpadear, por mencionar algunas. Si bien también puedes decidir no hacerlo, no va a pasar mucho tiempo antes de que tu cuerpo te lo comience a reclamar.

Todo lo demás, lo haces porque lo estás decidiendo — consciente, o inconscientemente.

Y no importa si tomas decisiones inconscientemente, también te van a afectar sus consecuencias. Así que, ¿por qué no buscar hacerlo de manera consciente?

Hacerte consciente de las decisiones que tomas es tedioso al principio, pero positivo a largo plazo. Te ayuda a ejercitar tu sentido de agencia, y a comprender cómo puedes tomar aún mejores.

No se trata de suerte, sino de disciplina. Para tomar mejores decisiones:

  1. Mantente alerta de tu entorno
  2. Mantente en tu carril
  3. Factoriza las consecuencias
  4. Practica

Déjame explicarte.

Las decisiones no se toman en un vacío

Lo que podemos hacer, y por ende, las decisiones que podemos tomar, están dictados por nuestro entorno.

No se pueden tomar decisiones en un vacío, pues tus posibilidades (o la falta de ellas) están determinadas por entorno en el que te desenvuelves.

En la entrevista que le hice recientemente a Darwin Pinto, mi co-host en Inglés para Devs, hablábamos de cómo el deseo entra por los ojos. Y de cómo el léxico que tenemos determina las posibilidades y los horizontes a los que podemos aspirar.

El mismo principio aplica para la toma de decisiones.

Para tomar una buena decisión, necesitas considerar el contexto en el que la estás tomando. Hacerlo de otro modo es imprudente; estar lo más seguro posible (aunque estarlo al 100 % es imposible) de que entiendes el contexto.

Charles Kettering, cabeza de investigación de General Motors de 1918 a 1923, sabiamente decía que “un problema bien explicado es un problema resuelto a la mitad”. Explica por qué, haz una lista de las variables que estás observando, y considera un margen de error. Aunque dicen que el riesgo es aquello que queda cuando crees haber considerado todo lo que puede salir mal, no está de más.

Una vez que tomes una decisión, el resto no está en tus manos

Una parte vital de aprender a tomar mejores decisiones, también es darte cuenta de que solamente controlas una parte del proceso.

Y tienes que enfocarte en optimizar lo que sí puedes controlar. Porque una vez que tomas una decisión, los resultados son, mayormente, un efecto secundario.

Si decides postularte para un puesto, no controlas si te lo van a dar o no. Puedes decidir prepararte lo mejor posible para ese examen, más no sabes las preguntas exactas que van a venir.

Tomar decisiones se vuelve frustrante —y difícil— cuando además le adjudicas una carga emocional a los resultados que esperamos. Es por eso que es mejor aceptar que lo único que puedes hacer es buscar tomar decisiones lo más informadas, posibles, y conscientes.

Como decía Dwight D. Eisenhower, “planear no sirve de nada, pero hacer planes lo es todo”. Si bien no puedes asegurarte de que todo va a salir como esperas, tener una idea de las posibilidades incrementa tu capacidad de tomar mejores decisiones futuras. Aunque las circunstancias hayan cambiado.

Lo único que puedes hacer es tomar decisiones con base en tus valores y principios —bien fundamentados— y pasar a lo siguiente: hacerte responsable de las consecuencias.

Tus decisiones, tus consecuencias, tus aprendizajes

Así como el hecho de que no conozcas una ley no te exime de la responsabilidad de cumplirla, no tener claras las implicaciones de las decisiones que tomas no te protege de sus efectos.

Cualquier decisión que tomas en tu vida tiene implicaciones, por más pequeñas que sean. Aceptar estas consecuencias es una muestra de madurez. Lo contrario demuestra una falla de carácter.

Si no estás factorizando en tu proceso los efectos posteriores, estás viendo nada más la mitad de la ecuación.

Por ejemplo, decidir salir de fiesta sin tomar en cuenta cómo te vas a levantar al día siguiente no es algo inteligente. Pero si comprendes que probablemente te vas a despertar con una resaca horrible, y tomas una decisión informada, entonces estás encarnando el sentido de agencia.

El mundo está constantemente dándote retroalimentación, positiva o negativa, de tus decisiones. Fallar en tomar esta retroalimentación en cuenta es un error imperdonable. Pues estás dejando ir información valiosa que directamente te ayuda a comprender mejor qué estás haciendo bien, y qué necesitas mejorar.

Hasta una vela prendida tiene un efecto en su entorno — su calor, su aroma. ¿Por qué creerías que tus acciones no?

La diferencia entre un animal y tú, es que tú tienes la capacidad de razonar y aprender. De comprender los efectos que las decisiones que tomas tienen a tu alrededor. No lo desaproveches.

Ahora…

Tomar mejores decisiones requiere práctica

Y como cualquier práctica, se necesita disciplina.

Disciplina para saber cuándo ajustar rumbo. Para cambiar la estrategia. Para recibir el feedback con calma, y sin reaccionar. Para integrarlo en tu siguiente decisión. Disciplina para considerar los efectos secundarios que puedes causar, y para saber que está bien no saberlo todo siempre y cuando hagas un esfuerzo real por tomar decisiones conscientes.

Porque “cuando intentamos tomar algo por sí solo, lo encontramos atado a todo lo demás en el universo,” como dijo John Muir.

Así que no intentes tomar decisiones que sabes que tienen un radio de explosión grande si no tienes suficiente práctica con decisiones pequeñas. No decidas endeudarte por 20 años sin primero haber adquirido y saldado una deuda de un año. No decidas casarte sin haber vivido con la persona antes. No apliques para una posición de gerencia sin antes haber desempeñado un rol de liderazgo con menos responsabilidad.

Practica, por práctica. Así se decide tomar mejores decisiones.

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