Quieres preparar el platillo favorito de tu niñez, pero no tienes la receta. ¿Qué haces? Probablemente llames a tu mamá o a algún familiar para pedírsela. Seguramente, después de unos cuantos minutos al teléfono, reconocerás ese aroma que te recuerda a casa.
Analicemos la situación:
- Querías preparar algo de comer, pero no sabías cómo.
- Alguien que tenía la experiencia apreciable para decirte cómo llegar al resultado que esperabas.
- Seguiste la receta al pie de la letra y ahora estás disfrutando tu platillo favorito.
Felicidades, acabas de descubrir la metodología para resolver absolutamente cualquier problema que se te pueda presentar.
En algún momento de nuestra vida nos encontraremos con situaciones retadoras. Una nueva experiencia, una decisión a tomar, o un conflicto a resolver. Podrías recurrir a tu mentor por ayuda, o podrías buscar una síntesis de cómo atacar el problema.
Una receta.
Sigues la receta al pie de la letra, intentando atacar la situación paso a paso. Una pizca de metodología por aquí, y un pasón de creatividad por allá. Poco a poco el platillo va tomando forma.
La belleza de una receta es que se adapta a nosotros. “Sal al gusto”. Exactamente esa es la misma filosofía con la que deberíamos tomar las recetas que nos encontramos para resolver problemas.
A la receta podemos modificarla a nuestro gusto para satisfacer nuestras necesidades. Decidimos qué agregar, qué quitar, y las cantidades de los ingredientes a usar para que nos resuelva nuestro problema en particular.
Cuando pidas consejo o guía de cualquier persona, recuerda: te están dando la receta que les funcionó a ellos. La sal siempre es al gusto.