• Revisa tu estrategia de vez en cuando

    Revisa tu estrategia de vez en cuando

    Tienes metas, y constantemente estás trabajando por alcanzarlas.

    Pero, ¿cada cuánto tiempo te detienes a evaluar si lo que estás haciendo sigue teniendo sentido?

    Necesidades que antes generaban millones de empleos, hoy están mayormente resueltas. Y esas soluciones, a su vez, han creado otras áreas de oportunidad.

    El mundo avanza constantemente. Las reglas del juego cambian.

    De vez en cuando, tienes que pararte a revisar tu forma de operar para determinar si sigue haciendo sentido en el contexto en el que te encuentras en ese momento.

    Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de El gatopardo, escribió que “si queremos que las cosas se mantengan como son, las cosas van a tener que cambiar.”

    Aquella meta que te pusiste hace un tiempo, ¿quieres seguir avanzando en esa dirección? Vas a tener que ajustar tu estrategia a las nuevas reglas del juego.

    “Estricto con los objetivos; flexible con las circunstancias.”

    Así se hace.

  • Hay que poner las cosas en perspectiva

    Antes de ir a dormir, Theodore Roosevelt y su amigo, el naturalista William Beebe salían a ver el cielo, a buscar una pequeña conglomeración de luces cerca de la constelación Pegaso.

    “Ahí está la Galaxia Espiral en Andrómeda. Es tan grande como la Vía Láctea. Es una de las cien millones de galaxias. Tiene cien mil millones de soles, cada uno más grande que el nuestro.”

    Roosevelt entonces volteaba con su amigo y decía: “Bien, creo que ya somos suficientemente pequeños. A dormir”.


    Nos enganchamos en el día a día. Afligidos por lo que está sucediendo a nuestro alrededor, y queriendo controlar hasta el más mínimo detalle.

    Desgastándonos en el proceso.

    Sin darnos el tiempo de poner las cosas en perspectiva. De buscar oportunidades de aterrizarnos en nuestra humilde realidad en la que, para fines prácticos, nada depende enteramente de nosotros.

    Nada, excepto el cómo reaccionamos a las situaciones que se nos presentan.

    Recuerda esto la próxima vez que algo no salga como esperabas. Cuando el reporte no llegue a tiempo; cuando tengas un bug en tu aplicación; cuando tu compañero de trabajo esté siendo todo menos útil; cuando tu jefe revele sus verdaderas intenciones.

    Todas esas son oportunidades de, como Roosevelt y Beebe, voltear al cielo y darte cuenta de lo poco consecuente que en realidad es lo que te está estresando tanto.

  • No es tu culpa. Sí es tu responsabilidad.

    Los humanos somos criaturas de hábitos.

    Y no solo eso, también somos emocionales.

    Por más que nos jactemos de nuestras capacidades intelectuales y de raciocinio, no podemos evitarlo: caemos en los mismos patrones de comportamiento, una y otra vez, influenciados por esos hábitos y emociones.

    No es nuestra culpa. No es culpa de nadie, realmente. Simplemente, es un producto del ambiente donde crecimos, los ejemplos que tuvimos, y el esquema de valores que nos ayudó a sentirnos seguros en nuestras etapas formativas.

    No es nuestra culpa, pero sí nuestra responsabilidad.

    Pero, ¿quién que se crea a sí mismo como alguien intelectual y racionalmente competente no haría algo por cambiar una situación que no está en su mejor interés?

    Esa es la dicotomía a la que nos tenemos que enfrentar.

    Cuando nos damos cuenta de que algo que hacemos y hemos hecho toda nuestra vida no nos está llevando en la dirección en la que queremos ir, no se trata solamente de reevaluar las tácticas y cambiar la forma en que operamos.

    No.

    Se trata de observar qué es lo que nos llevó a comportarnos así en primer lugar. Entender y apreciar que, en nuestras etapas formativas, recibimos señales de refuerzo de que estaba bien comportarse así. Hacer las paces con que nuestra forma de ver el mundo está coloreada por generaciones y generaciones de personas que construyeron esa realidad para nosotros.

    Y luego hacer algo al respecto.

    Y no, no es fácil. Es doloroso, tardado, costoso. Por eso, tantas personas prefieren taparse los oídos y ojos, e ignorar el problema: que sea responsabilidad de los demás navegar alrededor de sus problemas.

    Pero tú no. Tú eres responsable.

    Tú vas a ejercer tu sentido de agencia, tomar cartas en el asunto, y vas a involucrarte activamente en decidir a dónde quieres llevar tu vida y tu carrera.

    ¿Lo quieres hacer acompañado? Te esperamos en Pathways.

  • ¿Quién eres fuera del trabajo?

    Es de ensueño pensar que únicamente tienes que encontrar ese algo que va a hacer que todos tus problemas desaparezcan.

    En las películas y series, la implicación es que después del clímax no volvió a haber problemas para la pareja principal. ¿Crees que Ross y Rachel no volvieron a tener diferencias? Si se pasaron 10 temporadas sin poder ponerse de acuerdo…

    Es irreal, y lo sabes. Todos lo sabemos.

    Sin embargo, seguimos buscando llenar ese vacío en nuestras carreras de la misma manera: buscando la oportunidad, la empresa, el empleo que no nos traerá problemas, y que cumplirán al 100 % lo que te prometieron en las entrevistas. Como si los mercados no cambiaran y las organizaciones no se tuvieran que ajustar a las realidades del mundo.

    Lo peor: a veces le damos más importancia de la que merece, permitiendo que nuestro empleo se vuelva desproporcionadamente nuestra mayor fuente de satisfacción — no solo profesional, sino también personal.

    Y eso es un problema.

    Imagínate que conoces a una persona nueva esta noche. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que le estuvieras platicando de lo que haces en tu empleo?

    Hm…

    ¿Y quién eres fuera de tu carrera?

    ¿Qué te gusta hacer que no involucre crecer profesionalmente, o seguir avanzando en tu craft?

    ¿Hay algo que hagas solamente porque te gusta?

    ¿Qué fuente de satisfacción tienes que no esté atada a tu empleo?

    Eventualmente, vas a tener que enfrentarte a estas preguntas. No se trata de si, sino de cuándo va a pasar. Tú decides si comienzas a trabajar en las respuestas a tu ritmo, desde hoy, o si dejas que el mercado laboral te obligue a hacerlo cuando los números no hagan sentido.

  • Es más fácil vivir así

    “Padre, aprenda a confiar en un hombre honesto.”

    Eso fue lo que le dijo Pietro Perugino, maestro de Raphael, al sacerdote que lo había estado cuidando mientras pintaba un fresco en un convento en Florencia.

    El sacerdote había estado parado junto a Pietro toda la noche, dándole pocas cantidades por vez del carísimo pigmento ultramarino que el artista utilizaba.

    “¡Cómo absorbe pintura esa pared!”, decía el sacerdote de vez en cuando. Pietro lo ignoraba y continuaba trabajando, ocasionalmente limpiando su brocha en un bol con agua.

    Cuando terminó su trabajo del día, Pietro vació el agua y le entregó al sacerdote el bol con sedimento puro de ultramarino en el fondo.

    “Aquí tiene, Padre. Y por favor, aprenda a confiar en un hombre honesto.”


    Vamos por la vida cuidándonos de que no nos roben.

    Y muchas veces, eso que tanto cuidamos, y que nos causa tanta aflicción, ni siquiera es nuestro.

    Así como el sacerdote, que en vez de usar su tiempo de una manera más productiva de acuerdo a sus creencias, decidió perder un día completo intentando evitar que algo que no iba a a suceder sucediera, nosotros perdemos nuestra vida un minuto a la vez preocupados por cosas que no van a pasar.

    Michel de Montaigne dijo, “mi vida ha estado llena de cosas terribles que jamás sucedieron.” Y qué relacionable es esa idea.

    Porque creemos que todos están buscando cómo hacernos daño. Constantemente a la defensiva.

    ¿Qué pasaría si aprendiéramos a confiar en la honestidad de las otras personas? ¿Qué tanto de nuestro tiempo — de nuestra vida — podríamos recuperar?

    Y sí, seguramente nos vamos a encontrar con alguien deshonesto. Pero no importa.

    Confiemos en la honestidad de las personas. Es más fácil vivir así, que estar a la defensiva todo el tiempo.

  • La frustración de anticipar

    Va a suceder aunque tú no quieras.

    Y si quieres, y sucede, no será por ti.

    Tienes que hacer las pases con eso.

    Porque no importa cuánto lo desees — o creas necesitar — no puedes controlar el mundo que te rodea.

    Únicamente puedes controlar cómo reaccionas ante él. Es algo que decides.

    ¿Hubo un cambio de prioridades en el trabajo? Tú decides si es algo por lo que deberías de frustrarte, o si es una oportunidad.

    ¿No le encuentras pies y cabeza a las prioridades? Tú decides si te dejas frustrar por la situación, o lo ves como algo que puedes ayudar a resolver.

    Recuerda: la realidad — tu realidad — es subjetiva, y depende del lente a través del cual la veas.

    ¿Y lo mejor de todo? Puedes cambiar ese lente cuando quieras.

  • Honestidad e imprudencia

    Al inicio de la primera gran sesión de grabación de los Beatles, George Martin, el ejecutivo de la disquera, les explicó a gran detalle el efecto que quería alcanzar. Terminó con, “Díganme si hay algo que no les guste.”

    “Bueno, para empezar,” dijo George Harrison, “no me gusta tu corbata.”


    George tenía una cualidad que a muchos nos hace falta: la capacidad de ser honesto hasta en los detalles más mínimos.

    Su honestidad le permitía, como dijo Jann Wenner, fundador de Rolling Stone, “tocar exquisitamente al servicio de la canción.”

    Honesto con lo que quería, con sus habilidades. Y con su ambiente.


    Entre la honestidad y la imprudencia hay una línea muy delgada.

    Tienes que calibrar tus sentidos para entender cuando tu honestidad existe en servicio de tu craft, como Wenner apreció de Harrison; y cuando existe en función de tu ego, que seguro es lo que habrá apreciado George Martin en ese estudio de grabación.

    Sé honesto con tus habilidades, limitantes y deseos.

    No seas imprudente con tu tiempo, tus circunstancias, y tu espacio.

  • Las historias que te cuentas

    Los humanos estamos, como dice el libro, “Cableados para las historias”.

    Nuestros cerebros han evolucionado para ser buenos al contar y aprender a través de historias.

    Lo único malo es que muchas de esas historias, nos las contamos a nosotros mismos. Y a veces nos las creemos.

    ¿La persona que no mantuvo la puerta abierta en el elevador para que pudieras entrar? Le caes mal, y quería que llegaras tarde.

    ¿Tu compañero que no entregó lo que le correspondía a tiempo? Es un irresponsable, y tú siempre tienes que cargar con todo.

    ¿Aquel proyecto en el que llegaste a la meta en tiempo y forma? No pudo haber pasado sin ti y tu excelente manejo del tiempo y recursos, y gracias a tus excelentes habilidades de liderazgo.

    O tal vez, el del elevador no te vio; tu compañero tuvo una situación personal importante; tú tuviste la suerte de tener una meta bien definida con un equipo de trabajo comprometido.

    ¿Ves? Siempre te estás contando historias. Porque evolucionaste para razonar así sobre el mundo que te rodea.

    Pero no todas son reales. Es más, la mayoría no lo son.

    Así que no te claves. Porque la historia que tanto te has comprado puede ser tan real como las películas de superhéroes que ves en el cine.

  • Las cosas no están mal

    Las cosas no están mal. Solamente están desordenadas.

    Y ese desorden no te permite apreciar todo lo que está bien.

    En tu casa, en tu trabajo, en tus relaciones, en tus proyectos.

    Sí, a veces se pone difícil. Nadie dijo que iba a ser sencillo hacer cosas grandiosas.

    Pero si fuera sencillo, todos lo harían.

    ¿Te está costando trabajo? Bien. Porque significa que estás saliendo de tu zona de confort, y ejercitando músculos que no sabías que existían.

    ¿Te está retando? Por supuesto, y cuando lo logres, la victoria será todavía más deliciosa.

    Pero no te hagas las cosas difíciles a ti mismo teniendo un desorden. En tu cabeza, en tu espacio de trabajo, en tu casa.

    Porque no importa si la ropa está limpia. Si está arrugada, hecha bola, y toda desbalagada, igual no te la vas a poder poner.

  • Las instrucciones del juego que compras

    Lo primero que haces cuando compras un juego de mesa que no conoces es leer las instrucciones.

    El panfleto te da una serie de reglas diseñadas para moldear la dinámica del grupo al rededor del tablero.

    Estas reglas están diseñadas para que, de acuerdo al criterio del autor, tú y tus amigos se diviertan.

    Hay 3 posibilidades:

    1. Tú y tus amigos entienden las reglas, las aplican, y se divierten como nunca, porque había sintonía entre ustedes y el autor del juego,
    2. Las entienden, las aplican, pero se dan cuenta de que el juego no es divertido y no vuelven a jugar,
    3. No entienden las reglas, intentan jugar, pero terminan la partida antes porque no le encuentran sentido a hacer algo que no les gusta.

    Algo muy similar sucede cuando trabajas en una organización. Aceptar la oferta de trabajo es el equivalente a comprar el juego de mesa. Pasar por el proceso de onboarding sería como leer las instrucciones.

    Y existen las mismas 3 posibilidades. Las entiendes, aplicas, y obtienes los resultados que ambas partes esperaban; o puedes entenderlas y aplicarlas, y darte cuenta de que no te gusta; o no las entiendes, pero intentas hacer tu mejor esfuerzo.

    Sin embargo, en una organización, “las reglas del juego” pueden cambiar en cualquier momento. Y es tu responsabilidad evaluar si quieres seguir jugando, y con ello ajustar tus expectativas.

    Un juego de mesa lo compras para divertirte. Eso es claro. Y si no te divierte, lo dejas.

    ¿Por qué estás trabajando donde estás, y sigue vigente la razón por la que “la compraste”?

  • Te tienes que aparecer, sí o sí

    Las cosas pueden ir bien, o pueden ir mal.

    ¿Cuánta influencia realmente crees que tienes sobre eso?

    La respuesta difícil de aceptar es: ninguna.

    Cosas malas le pasan a personas buenas todo el tiempo. Y humanos horribles viven abundancia de oportunidades que otros darían todo por tener.

    No controlas los hechos. Únicamente controlas cómo decides interpretarlos.

    Michel de Montaigne dijo, “mi vida está llena de hechos terribles que jamás sucedieron.”

    Y aun cuando ocurriesen, tienes la capacidad de decidir cómo metabolizarlos.

    “Lo que se interpone en el camino, se convierte en el camino. El impedimento de la acción avanza la acción,” escribe Marco Aurelio en Meditaciones.

    Y eso que quieres hacer no va a suceder si únicamente estás dispuesto a aparecerte cuando tengas garantizado el éxito.

    Así no funciona.

    Tienes que estar. Constante. Perseverante. Hacer lo que te toca.

    Y si te sale bien, continúas. Y si no, también.

  • “El pasto siempre es más verde del otro lado.”

    A veces me pongo a pensar en escenarios imaginarios. Como por ejemplo, que mi día laboral no sucediera en incrementos de 15 minutos, o que tuviera que tomar más de 7 llamadas al día de manera regular.

    (Curiosamente, los días que más fantaseo con eso, son aquellos días en los que no me siento particularmente conectado con mi trabajo.)

    Pero luego recuerdo cuando era desarrollador de software y tenía esos espacios prolongados de concentración sin interrupciones. Sobre todo, recuerdo cómo hubo un momento en el que fantaseaba con que mis días fueran más dinámicos, menos repetitivos.

    Así que ahora, cuando me pongo a fantasear sobre cómo podría ser mejor mi situación, recuerdo que estoy justamente donde un día quise estar.

    Dice el dicho que “el pasto siempre es más verde del otro lado.”

    Y sí, probablemente. Pero porque está fertilizado con mierda.

  • Velocidad, Distancia, Dirección

    Durante casi toda mi vida, intentando crear una carrera, me enfoqué únicamente en una cosa: qué tan rápido podía llegar a mis metas.

    Me clavaba en ver que otras personas llegaban antes que yo a mis metas. Eso dolía — y más cuando, según yo, ellos no habían trabajado tan duro como yo. Que no se lo merecían tanto como yo.

    Después de muchos intentos de llegar más rápido, cuando me di cuenta de que no era una manera sostenible de vivir, decidí cambiar mi enfoque. Ahora quería llegar más lejos.

    Funcionó por un tiempo, hasta que me comencé a frustrar de nuevo al ver que personas a mi alrededor lograban cosas que yo no había podido. Que llegaban a lugares a los que yo no podría llegar, porque mis circunstancias simplemente no me lo permitirían.

    Mucha frustración, berrinches y hasta llantos después, entendí que ni la velocidad ni distancia recorrida importaban si no tenía bien claro a dónde quería ir, en primer lugar — y por qué.

    Entendí que la velocidad y la distancia son cosas que puedo medir, y que por eso es fácil usarlas como medida de mi valor. Porque me puedo comparar, y a mi ego le encanta cuando le hago creer que soy mejor que alguien más. Pero también le duele mucho cuando sucede lo contrario.

    También entendí que ningunas de esas dos opciones son benéficas para mí a largo plazo.

    Así que hoy, en vez de preocuparme por qué tan rápido y qué tan lejos llego, me enfoco en tener clara la dirección en la que voy.

    Porque de nada sirve ir rápido o llegar lejos, si el lugar en el que termino es uno en el que no quiero estar.

  • Te puedes ir cuando quieras

    Seguramente piensas que renunciar es por falta de carácter. Que significa que no pudiste, o que no fuiste suficiente. Que tú estás mal.

    Es un golpe a tu ego.

    Y duele.

    Pero, ¿qué tan cierto es eso?

    Porque todos hemos dejado algo en algún momento. Empleos, relaciones, amistades, ciudades. ¿Significa que todos estamos mal?

    ¿O significa que por X o Y razón hemos descubierto hasta donde podemos llegar en cada una de esas instancias?

    Yo creo que siempre hay una lección por aprender de las decisiones que tomamos. A veces, esa lección significa irse — dejar.

    Y aunque no lo parezca, también hay una lección que aprender ahí.

    Porque cuando decides irte, lo estás haciendo por algo. ¿Qué puedes aprender de ello?

    Yo a veces me he ido por berrinche, porque no supe entender el feedback que se me daba; porque dejé de confiar. Otras veces me he ido porque simplemente ya no quería estar.

    Todas son razones válidas, porque aprendí algo de mí en cada una de esas instancias.

    La próxima vez que decida irme, me sentiré confiado de que estaré tomando una decisión informada. Porque de todo me estoy llevando una lección.

    ¿Y tú?

  • La regla 80/20

    Vilfredo Pareto, polímata italiano, notó que aproximadamente el 80 % de las tierras de Italia pertenecían al 20 % de la población.

    En 1941, Joseph M. Juran, se encontró estas ideas, y las desarrolló en el contexto de economía y control de calidad.

    Y así nació lo que hoy conocemos como el Principio de Pareto, o la regla del 80/20, que nos dice que el 80 % de las consecuencias se originan por el 20 % de las causas.

    Qué idea tan interesante, ¿no? Que algo tan grande pueda tener origen en algo tan pequeño.

    He descubierto que este principio también aplica para mi bienestar, salud mental, y estabilidad emocional.

    Si reflexiono, el 80 % de los efectos positivos que he visto en mi vida durante los últimos años, han venido del 20 % de las decisiones que he tomado. Dejar de fumar y de tomar alcohol, mudarme de Colima, comenzar a escribir todas las mañanas.

    Curiosamente, el 80 % de mis frustraciones o disgustos también han venido del 20 % de mis decisiones — mayormente, decisiones de si permito que algo me afecte o no.

    “No controlamos los resultados, únicamente controlamos nuestra actitud hacia ellos”, decían los estoicos.

    Y es algo que he aprendido: las circunstancias únicamente me pueden afectar si lo permito.

    Hay que mantener las cosas en perspectiva.

    Porque, ¿qué es lo peor que puede pasar?

    Premeditatio malorum.